Ese fue uno de los aciertos más importantes de Ponce en su regreso a La México. Afortunadamente uno de esos toros, el primero de su lote, tuvo nobleza y emotividad.
Huelga decir que el de Chiva, quien de verdad estaba disfrutando su
reencuentro con la plaza más grande del mundo, se recreó en todos y cada
uno de los muletazos que ejecutó.
Figura erguida, mano muy baja, cintura acompasada y aquello se volvió la locura. El público volvió a vitorear a Enrique poniéndose de pie, reconociéndole su madurez, la lentitud y profundidad
de sus muletazos, pero sobre todo el arte que solo el valenciano posee y
con el que ha cautivado por más de 20 años a esta plaza, que no eleva a
cualquiera al título de consentido. La estocada fue efectiva y esta vez, las orejas que entregó el juez, perfectamente valoradas.
efe
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Brindis a su familia
Enrique, con la emoción a flor de piel, brindó a través de los micrófonos de la radio y la televisión la faena de su segundo a su familia por la sentida muerte de su cuañado.
El gran Victoriano Valencia tendrá
que reponerse una vez más de una dolorosa cornada, sólo que esta vez de
las que más duelen, las que da la vida, y por la que nos unimos
afectuosamente también a las Palomas.
Lástima que ese astado fue malo y peligroso de verdad. Enrique quiso meterle mano, pero a punto estuvo de que el astado lo metiera a él a la enfermería.
Al final, la salida en hombros por la Puerta del Encierro fue
emocionante, multitudinaria. Una considerable parte de los miles de
aficionados que llenaron más de tres cuartos del tendido numerado,
sacaron a Ponce, quien tuvo un feliz reencuentro
con el público de la Plaza México. Por cuánto tiempo, no lo sé. Por los
que quiera Enrique, que aquí es el que manda en el corazón de los
aficionados.
Al lado del triunfo de Ponce no desmereció el de Juan Pablo Sánchez, una oreja muy bien ganada aunque a un toro de regalo, pero que premió la actitud, toda la tarde, de un torero ralentizado, un joven que torea sabrosamente, despacio y con mucho gusto.
Aunque ninguno de sus dos astados de lidia ordinaria fueron un compendio de virtudes, Juan Pablo los entendió y les hizo faenas interesantes que
malogró con la espada. Luego regaló un astado al que volvió a torear
muy bien y a éste sí lo mató perfecto para conseguir el anhelado trofeo.
Confirmó alternativa Juan Pablo Llaguno con
una faena de muletazos de clase en su primero, y de voluntad en su
segundo. El joven fue reconocido por el público de la Plaza México.
La actuación del rejoneador Emiliano Gamero en
el que abrió la tarde fue meritoria ante las condiciones de
incertidumbre al embestir del toro de Rancho Seco. Lució al cabalgar y
clavar algunos rejones.
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