La Maestranza se vuelca con el matador alicantino, que corta una oreja en cada toro de una decepcionante escalera de Victoriano del Río
Gran estocada de José María Manzanares al tercer toro de Victoriano del Río, al que cortó una oreja.
EFE
ZABALA DE LA SERNA
Para los estudiosos de las estadísticas: José María Manzanares sumó dos orejas más en su carrera en la Maestranza. Que es para lo que contarán. Para las estadísticas, digo. Y para su fundón de espadas, que es un cañón de Navarone y un tapabocas. Una y una que casi se multiplican y alcanzan las tres y la Puerta del Príncipe si el palco no cede en su firme criterio ante la oleada lisérgica de pañuelos de la Maestranza. Ver para creer.
Para los aficionados a los datos: Lama de Góngora tomó la alternativa con el toro 'Amante' de la ganadería de Victoriano del Río, herrado con el número 35 y 532 kilos de peso. Negro mulato de fina cara, tocado arriba de pitones y estrecha culata. Vestía de blanco y oro el toricantano ante el señorial habano y oro de su padrino, Enrique Ponce, y el luctuoso negro y azabache de su testigo, Manzanares.
Vayan las orejas para su fundón de estoques, pero si el palco no se pone en su sitio hay Puerta del Príncipe
Vino 'Amante' a descomponer el triángulo de la ceremonia y en general
a descomponerlo todo con su falta de humillación ¿y cuello? Estropeó el
enganchado saludo y, lo que es peor, la suerte de matar del recién
bautizado como matador. Entre el capítulo preliminar y el epílogo,
Ponce, sin molestarlo, le había dibujado una linda media verónica de un
quite planteado enteramente por el derecho y Lama intentó ponerle
expresión a aquella embestida que no bajaba del palillo. Sonó incluso la
música. Unos compases apenas. El toro y el tono se desinflaron cuando el chaval pretendía el toreo al natural sin excesiva convicción. Después ya se produjo el final de taponazos de testa arriba y los pinchazos. Sería como consecuencia, o no, de los trajines de los corrales, pero el segundo traía hechuras de mulo y el tercero, de gato. Una diferencia abisal. Y, lo que son las cosas, embistieron tal cual eran por fuera. Aquél como un percherón castrado y éste como un felino rabioso. Ponce le echó paciencia a la inmensa estructura de largura miureña, tan levantada del piso. Desde su suelta aparición todo respondió a un carácter bueyuno. La ciencia poncista casi consiguió levantar aquella losa, pero se aburrió aún más el toro. Y finalmente, la gente.
El nervio del geniudo novillo/toro de Manzanares ya levantó polvareda con el capote. La faena careció de planteamiento, preñada de enormes tiempos muertos. Muy incómodas las arrancadas de muchos pies y muy incómodo el torero con ellas. Por momentos, salía el toro por un lado y la muleta por otro. Pero se centró más JMM cerrado entre las rayas cuando descubrió que el poder para desplazar también lo tiene para someter. Y de algún modo en tres series rematadas con trincheras evitó los enganchones anteriores y los banderazos. Basculaba la prenda de Toros de Cortés hacia chiqueros, con la gente empujando como una ola que recorría la Maestranza de sol a sombra. Como el bicho se puso gazapón al hilo de la barrera una vez podido, Manzanares se lo sacó casi a los medios. Y allí lo despenó de un formidable espadazo. La ley de la espada, infalible tapabocas, sordina de avisos. Una oreja por y para ella.
Definitivamente lo que se había recompuesto de Victoriano del Río formaba una escalera harto decepcionante. Por todo. Por lo básico. El nimio cuarto de ancha sién no había por donde cogerlo. Ni bravura, ni clase, ni... Todo movimiento apoyado en las manos, frenado, a menos hasta la nada que vio Ponce desesperado. ¿Un saldo? Sí. De mal ojo, poco gusto y manso.
Manzanares volvió a dictar su decreto ley de la espada. Otra oreja y casi le entregan la segunda, que ya está contado. Madre mía de mi vida cómo está Sevilla. Y es que ya antes de arrancarse el sol, que fue donde acabó otra vez la faena, se había lanzado al ataque la banda de música rendida ante unas series de derechazos tan desajustados como veloces. Por la S-30 se pasaba Manzanares al quinto torete y los bramidos se oían en Huelva. Sólo sé que no sé nada. Se rajó el toro que nunca había terminado de romper hacia adelante en su nobleza y a favor de querencia el excelente matador le trazó un natural. Ya en tablas, las de madera, no las del cuello, que también, siguió el lío que despidió con un volapié al hilo. Si la presidenta Anabel Moreno no se pone en su sitio, se lo llevan a hombros. Vayan los trofeos al fundón de estoques y a las estadísticas.
Decepcionante y mansa escalera de Victoriano del Río y Toros de Cortés. ¿Un saldo? Sí. De mal ojo y poco gusto.
¡Ah! Curro Javier también se había destocado con las banderillas como
Curro Robles en el que abrió plaza, más reunido aunque a toro
arrancado. Tampoco como para tocar la Marsellesa por el Arco del Triunfo
de París.Lama de Góngora despidió la tarde de su alternativa con voluntad ante un sexto de buena cara -de hecho por la cara se tapaba- pero que, como casi toda la corrida, embistió más con las pezuñas, al empellón y al topetazo. Lama no pasó con la espada ni hizo la cruz. Y, como decía Conchita Cintrón, a quien no hace la cruz el diablo se lo lleva.
FICHA DEL FESTEJO
- Plaza de toros de la Maestranza. Sábado, 18 de abril de 2015. Cuarta de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Victoriano del Río y dos con el hierro de Toros de Cortés (3º y 4º), de muy desigual presentación, una escalera; sin humillar el hocicudo 1º; un mulo el caballón 2º; geniudo de muchos pies el anovillado y rajado 3º; vacío y frenado el chico 4º; manso el manejable y terciado 5º, que también se rajó; topó más que embistió un 6º de buena cara.
- Enrique Ponce, de habano y oro. Estocada desprendida (silencio). En el cuarto, media estocada (silencio).
- José María Manzanares, de negro y azabache. Estoconazo (oreja). En el quinto, estocada (oreja y petición).
- Lama de Góngora, de blanco y oro. Dos pinchazos, pinchazo hondo y descabello (saludos). En el sexto, tres pinchazos y se echa (silencio).
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