El torero de Barajas corta una oreja de un gran toro de El Pilar y remata con otra de ley cimentada en la quietud para salir a hombros por la puerta de cuadrillas.
Frustrante mano a mano y mala suerte para Sebastián Castella, que sigue sin entrar en Sevilla
Natural del torero madrileño que paseó una oreja del 4º y otra del 6º Jesús Morón
Desde que se anunciaron los carteles de abril, la afición, la prensa y el ciego de la ONCE de Pagés del Corro vieron el mano a mano de Castella y López Simón como un pegote para el abonado sevillano. Un cartel preclaro de Madrid en Sevilla. La cosa es que lo alumbraron tres de las cabezas privilegiadas sobre las que descansa el toreo: el empresario de la Maestranza, don Ramón Valencia, y los también empresarios y apoderados de los partícipes, don Manuel Martínez Erice y don Antonio Matilla (oficiosamente), los cerebros de Las Ventas. Debieron saludar ellos la ovación que no existió al deshacerse el paseíllo. O meter la mucha gente que faltó. Jueves de preferia además. Para nota.
A Sebastián Castella, triunfador del último San Isidro, le tocó para romper el frío fuego un toro largo, rematado, colorado, bociblanco, fiel de alzada a su procedencia pero de armonía cincelada. Y salió con un temple superior, como picado de toriles. Castella sintió el pulso en sus muñecas y, superada una de esas rarezas de El Pilar de meterse por detrás, dibujó lentas verónicas hasta la media suave. El problema del toro sería la fuerza, que no la clase. López Simón no perdonó su turno de quite pese a las circunstancias y lo tiró en el remate. Le Coq superó la contrariedad de su rostro con suavidad. Como la faena. Seda por la derecha en ayuda final, la colocación en línea para no forzar.
Series crecientes y coreadas. Tercero y cuarto muletazo de cada una, superiores. Como el cambio de mano y el pase pecho de la tercera. Al natural se cortaron las tandas. Pero los hubo caros. Se presentía la oreja, si acaba aquí la obra. Pero el elegante galo se extendió al uso. Buscó un circular invertido y un arrimón sin lógica; se adornó por molinetes, un pase de las flores y otro cambio de mano; y ya lo que sobró del todo fue la demora de la muerte por lo pasado de la estocada. Un pena.
López Simón, el triunfador de la pasada en Madrid, se enfrentó a un tacazo de toro, estrecho de sienes y guapo por fuera. Por dentro era otro cantar. Por su casta y por la forma de soltar la cara. Para un gobierno mayor. Lo tuvo Simón siempre encima. Desde que lo paró como supo o pudo con el capote. La lidia no existió. Derribó el toro por los pechos y la faena fue una montonera de pases amontonados. Mucha correa para abrir boca.
Castella no pasó de discreto e insistente con el bajo tercero, siempre muy apoyado en las manos desde que apareció. En determinados momentos pareció querer romper hacia delante, pero se impuso el freno de mano echado.
La ocasión del desquite de López Simón se presentó con el negro cuarto, el primero que rompía la línea colorada de la corrida de El Pilar, ligero y tocado arriba de pitones. Manseó sin serlo. Siro bregó con bien y economía de capotazos corriéndolo hacia atrás y sus compañeros, Sánchez y Arruga, se desmonteraron con los palos por su lucida eficacia. López se lo sacó a los medios en la obertura de faena. Y en los medios le concedió distancia. La derecha puesta. Corrió la mano y sonó la música para arropar dos primeras series estupendas, de menos a más, redondas de ejecución. Se había destapado el toro en plenitud. Runrún de faena grande. Pero en las siguientes Simón se aceleró, vaciaba prematuramente el viaje con ese extraño movimiento que atenaza codo y muñeca y parecía encasquillado. Un bajón solamente. Porque por fin entendió que había que cambiar la mano, apostar por la suya que es la izquierda y la del toro. Bueno, realmente "Resistente" lo hacía con humillación y ritmo por las dos. La obra subió de son. Los naturales brotaron. Tres supremos y el de pecho. Luego cuatro sensacionales. La banda del maestro Tejera no volvió. Simón sí. Otra buena tanda y la estocada a carta cabal. La oreja premiaba al torero revelación; la ovación al gran toro revelado. Otra puesta se iba...
La mala suerte se cebó con Castella con un quinto cinqueño y vacío que se echó en mitad de la faena como enfermo. Apenas los pases cambiados de obertura quedaron en limpio. Sevilla por hache o por be no se le da.
El último cartucho para López Simón traía hondura en su cinqueño corpachón. Saludó el joven de Barajas a la verónica con aspiraciones de prestancia; la media enroscada arrancó las ovaciones. A Fernández Pineda, el sobresaliente, se le permitió el voluntarioso quite de despedida. LS atacó la faena al grandón con fe. Intercalando los lados como prueba iniciática hasta la apuesta diestra. El toraco obedecía en su media altura. Simón hizo de la quietud su mejor virtud. Sólo el volumen del pesado ejemplar de El Pilar lo movió en alguna ocasión. Hasta el desplante a cuerpo limpio que siguió a un gran cambio de mano. El pasodoble se precipitó entonces. Tardíamente. Las manoletinas calentaron aún más la plaza caliente. Y lo mató con la misma fe que sostuvo la faena. Oreja de ley en tarde de remontada. Quizá por ello se dejó sacar a hombros por la puerta de cuadrillas...
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