El
madrileño corta dos orejas en el mano a mano con Sebastián Castella en Sevilla
Sevilla. Sexta de abono. Se lidiaron toros
de El Pilar, bien presentados en general. 1, de mucha calidad y empuje
justo; 2, sin clase y sin querer pasar; 3, descastado y flojo; 4, buen pitón
zurdo; 5, deslucido; 6, de buen juego. Menos de dos tercios de entrada.
-
Sebastián Castella, de azul
añil y oro, pinchazo, estocada caída, descabello, aviso (silencio); estocada
(silencio); estocada (silencio).
- López
Simón, de
crema y oro, estocada tendida y trastera, descabello (silencio); estocada
(oreja); estocada (oreja).
«Guajiro»
venía marcado por la leyenda del nombre y de la casualidad. La que hizo que se
vieran, otro toro pues, en el pasado, misma divisa, misma plaza y entrando ya
en el endiablado terreno de las casualidades con el mismo torero, Sebastián
Castella, seis años después. Fue aquel «Guajiro» toro honroso para el criador.
Tampoco éste le quiso dejar mal al ganadero de El Pilar. El empuje justo pero
la calidad exquisita. Una cosa por otra, aunque fue el idilio de Castella de
poco fulgor, ni para historia de verano. Un par de tandas, diestras en este
caso y un cambio de mano, de búsqueda y encuentro, de verse en un sí, el toro
sin ser raudo acudía con una clase que hacía difícil ver más allá de su manera
de desenvolverse detrás del engaño. Allí fue hasta que el francés cambió el
temple por la violencia y encontró así el agujero donde hundió la magia. Esas
pequeñas cosas que lo cambian todo. Era, fue, la apertura del mano a mano
Castella- López Simón. El de Madrid pisó plaza con un segundo que embistió más
cruzado que las negociaciones de Pedro Sánchez. No quisiera verme... Tampoco
fue agradecido, el toro, digo. Racaneaba el viaje y había en él mil dudas a pesar
de que el torero estaba dispuesto a asumirlas. Le compensó un cuarto. Y a todos
a estas alturas de la película y con los tiempos de Sevilla. Pasó la faena y el
animal por revoluciones antagónicas. En los albores echó el resto el toro
motivado por la distancia, pero asomaban las dudas de ver qué quedaría una vez
vencida la inercia. Y cuando comenzaba la tibieza, lo que quedó fue un toro de
extraordinario ritmo. En el corazón del natural, entre la nada, nos descubrió,
quizá se descubrió López Simón también, una bocanada de entrega del animal por
ese pitón. Ése fue el primero, vinieron después unos cuantos más. Unos eran,
otros no, pero todos podían ser y en esa ansiada espera se nos fue el resto de
la faena con la que alcanzó el primer trofeo de la tarde tras una estocada
efectiva y el son de un animal con entrega.
Castella
quiso arrear con el quinto y tiró de repertorio estrella con un pase cambiado
por la espalda. Pero el animal se puso de nones y al francés afincado en
Sevilla le cayó el tercer silencio de la tarde como una losa. Tampoco pudo
evitarlo con el descastado tercero.
El sexto
no lo vimos o no lo vi. Andaba la cosa entre el espesor de un final de fiesta
tibio cuando López Simón cuajó una tanda diestra de resurrección. Un abanico de
dudas. ¿Qué había sido antes, el huevo o la gallina? Sin tiempo para pensar ni
cambio de terrenos Simón siguió y siguió, cosió y cosió, toreó y toreó y hasta
la espada hundió. Y ya el jolgorio era Sevilla. Otro trofeo paseó y mientras
caía la noche a hombros se lo llevaron para allá, no por la del Príncipe, sí
por la de cuadrillas, a pesar de que en un mano a mano el reglamento dice que
se necesitan tres. No será el primero ni el último que se lo salta. Por algo
había esprintado en la victoria. Si no es así, se evapora un mano a mano a la
medida de Madrid y con poco sabor de Sevilla.
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