Cuando en 1967 cortó seis orejas y dos rabos |
Diego Puerta se hizo "torero de Pamplona" desde 1959, en su primera
temporada completa como matador de toros. Se presentó allí triunfalmente
en ese 1959, iniciando su idilio con Pamplona matando una corrida de
Miura y hasta su última campaña fue fiel a los sanfermines, salvo 1960
cuando no se entendió con la Casa de Misericordia. A lo largo de 30
tardes, en ninguna de las cuales se fue de vacío, le premiaron con 44
orejas y tres rabos. Con todo, la más rotunda resultó ser la de 1967,
ahora se cumplirán 50 años, cuando cortó seis orejas y dos rabos, a
toros del Conde de la Corte y de Antonio Ordóñez. Las crónicas de Díaz
Cañabate no pudieron ser más rotundas, pero también "El Ruedo" valoró en
mucho a esos triunfos.
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Fue
aquella una Feria del Toro fue un tanto especial: se estrenaba la
penúltima reforma realizada en la Monumental pamplonesa, una obra de
Rafael Moneo que permitió que creciera en su abono hasta los 19.529
localidades. Pero también la ocasión en el que la solanera modificó su
cántico a las virtudes de El Viti, para corear éste otro: “Diego, Diego, Diego es cojonudo, como Diego no hay ninguno”, según apostillaba Javier de Iruña en una de sus crónicas para “El Ruedo”.
La visión de Díaz Cañabate | ||||
“La sinfonía heroica de Diego Puerta” y “Las burbujas del valor de Diego Puerta”.
Bastan estos títulos de las dos crónicas de Antonio Diaz Cañabate, en
las páginas de ABC, para saber qué clase de feria echó Diego Puerta hace
50 años. La del día 11 se centró en su coraje y su arte frente a un
toro poco picado y con genio, que como era el del Conde la Corte; la del
día 14, en otras dos faena de similares características, ahora con los
toros del hierro de Antonio Ordoñez. Ambas piezas, prácticamente
íntegras dedicadas a Puerta. Y ambas, también, merecedoras de ocupar un
lugar destacadísimo en los anales del puertismo. Pero para el semanario “El Ruedo” fueron los sanfermines de la “doble apoteosis de Diego Puerta”.
Refiriéndose a su faena del dia 11 al exigente toro del Conde de la Corte, el cronista de ABC escribía: “¿Cómo
hubieran toreado a este toro los toreros antiguos? Aventurada es la
pregunta. Sin embargo, me atrevo a decir que ninguno con el coraje y
con el arte de Diego Puerta. Coraje y arte que alumbraron unos
naturales, plenos, repletos de emoción. ¡Y qué emoción tan inusitada!
Juego de la vida por la majeza de la hombría. Juego de la vida por
obtener belleza. Juego de la emoción, que es el más serio de todos los
juegos”.
Y en otro párrafo de su crónica --que prácticamente era monográfica sobre este torero-- añadía: “Todo desaparece ante nuestros ojos. Sólo vemos a un torero y un
toro. Todo se esfuma en nuestro ánimo. Solo sentimos a un toro y a un
torero. Y de pronto, la cogida. El toro prende a Diego Puerta por un
muslo. Lo voltea. Lo arroja, lo busca, lo cornea en el suelo. Desaparece
el placer. Crece la angustia. La plaza es un alarido. El torero, un
pobre rebuño. El toro, una fiera que busca su venganza. Al fin, apartan
a la fiera. El torero se incorpora rápido. No se mira. No hace el menor
aspaviento. ¡La muleta¡ ¡La espada! Y vuelve al toro, desafiante,
magnífico. Es el héroe de la sinfonía heroica del toreo. Y el héroe cae
de nuevo, abatido por un trompìcón del toro. Y el héroe no cede en su
heroicidad. Se adorna con guapeza. El <allegro> de la sinfonía
heroica de Diego Puerta. Y mata de media y descabello. Apoteosis de la
emoción, que se desborda en dos orejas y el rabo y en mozos que se
arrojan al ruedo para agasajar al héroe”.
No
le andaba lejos la crómica sobre la corrida del día 14, la tarde en la
que Puerta cortó cuatro orejas y un rabo a los toros del maestro
Ordóñez.
“¡Qué borrachera de entusiasmo –escribió Cañabate--
se encendió por toda la plaza al rematar Diego Puerta sus faenas, la
del primero con una estocada y la del cuarto con media!. Dos orejas con
rabo en éste; dos orejas en aquél. Estúpidas orejas que se conceden
rutinarias a cualquier vinillo, bueno para alcohol de quemar, ¿qué sois
para premiar la maravilla de un torero que se pelea con arte, que
derrocha un valor que le cabe en el pecho? Existe una digna recompensa.
Existe la euforia unánime de un público entregado a la verdad de una
fiesta que no puede ser sólo preciosista, ni menos espectacularmente
chabacana, de una fiesta que no puede sostenerse con la mentira que
ofusca, sino con la verdad que resplandece, con la verdad que salta, no
una vez, sino por tres veces burbujeantes, espumosa, con espuma de arte y
con burbujas de valor”.
Lo que contó El Ruedo | ||||
Con
respecto a la corrida del día 11, la de los toros condesos, Javier de
Iruña anota en las páginas de “El Ruedo” que la faena a su primero “no puede tomarse en cuenta. Inutilizado en choque con los burladeros, se limitó a liquidarlo de media austera”. Luego se explayaría con la faena ante el cuarto: “En
su segundo Diego Valor levantó la plaza en pie. Era un toro y es un
torero. Un torero peleón y, además, artista; pero, sobre todo,
desesperadamente peleón, lucidamente bravo. Un hombre con las
responsabilidades familiares, la posición económica y los años de
alternativa de Diego Puerta no parece que tuviera que luchar como el
novillero que tiene por única fortuna su porvenir indeciso y a
conquistar. Sin embargo, así fue”.
Y más adelante remarca:
“El toro era de cuidado y, pese a ello, Diego se dispuso al asalto de
la trinchera y la tomó por narices. A lo largo de una faena poderosa, no
una, sino dos veces, estuvo el diestro a merced de las astas, en caídas
al descubierto que llevaban marchamo de un mes de enfermería. Pero no
se amilanó y siguió, erre que erre, en un tú a tú realmente espeluznante
y, no obstante, ausente de tremendismo, lleno de talento, de decisión,
de salero y de buen arte de lidiador con sitio. Este público ardoroso,
bien alimentado y bien encendido, que sabe de peligro y sabe de
decisión, se puso en pie —nos pusimos— ante esa entrega sin reservas,
absoluta. Media buena y un descabello. Le dieron a Diego, justamente,
las orejas y el rabo”.
Pero el cronista navarro no se olvida de puntualizar luego: “Al calor del éxito al toro se le dio la vuelta al ruedo. Acaso, singularmente, no lo mereciera; pero la corrida, en conjunto, sí”. Para luego concluir: “iVaya toros y vaya torero con casta, valor, repajolera gracia y vocación a prueba de cornadas!... Me refiero a Diego, claro...”
Sobre
la octava del abono pamplonés, la del día 14, lo escrito por Javier de
Iruña responde exactamente al título de su crónica: “Diego Puerta, en gran vencedor”. Y en la parte nuclear de su comentario afirma:
“No
es cuestión de analizar minuciosamente pases y faenas. Lo que a mi
juicio importa para los lectores del semanario EL RUEDO es dejar
constancia de que Diego Puerta (….) con sus cuatro orejas y un rabo en
la segunda, ha sido el indiscutible vencedor, para el sol y para la
sombra, de esta Feria sanferminera. Al menos hasta ahora
En este momento nadie goza en Navarra del cartel de Diego Puerta. Y como Diego, que no esquiva los toros ásperos, tampoco hace ascos a la televisión, estoy seguro de que los lectores televidentes estarán de acuerdo.
Una corrida televisada no tiene narración, sino a, lo sumo, comentario del ambiente, que es lo único que la pantalla chica no puede ofrecer en toda su integridad. En uno y otro toro, con el capote y la muleta, citó a sus enemigos con el mismísimo cuerpo, con adornos muy toreros y los mató muy bien de sendas estocadas. Cortó, muy merecidamente, las orejas de los dos y el rabo del segundo, y fue paseado a hombros por voluntarios de verdad.
Siempre será bien recibido”.
Una admiración que llegó hasta el ultimo día
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La
relación de Diego Puerta con la afición pamplonesa rayó siempre en los
límites del romance. 30 tardes actuó en los sanfermines, de los que tan
sólo estuvo ausente en 1960. Su balance no puede ser más espectacular:
44 oreja y tres rabos, siendo esta temporada de 1967 la más triunfal de
todas. Y en esas 30 tardes, en ninguna se fue de vacío.
Como
matador de toros se presentó en la Monumental pamplonesa en 1959, el 11
de julio con la corrida de Miura. Fue uno de las pocas ocasiones en la
que Díaz Cañabate se puso serio con el torero de San Bernardo: “Diego
Puerta es alegrillo, pero tal vez le conviniera moderar la vistosidad y
aplicarse a torear.(….) Líbreme Dios de abominar de la torera alegría.
Lo que ocurre es que a mí, no sé por qué, me entristece. A la gente,
no. La gente se entusiasma. De manera que un torero alegre siempre cae
bien”. Sin embargo, viéndole torear al día siguiente fue cuando el
cronista de ABC da el paso definitivo en su identificación con el
torero:
“Reconozco
muy gustosamente a Diego Puerta como el héroe de estos Sanfermines. A
su triunfo en la quinta corrida, ha añadido otro en la sexta. Hoy me
complace mucho más que ayer. Hoy Diego Puerta ha toreado con alegría,
pero con seriedad, como hay que torear. Alegre, porque el chiquillo lo
es; pero olvidándose del adorno como base de la faena, y utilizándolo
como complemento. Y así la vistosidad ocupa su lugar, que es secundario,
y resplandece mucho más. Generalmente, los toreros alegres suelen ser
medrosos. Diego Puerta es valiente, con una valentía serena, que hoy
hemos apreciado en bastantes momentos”. Y hacia el final de escrito añade: “¡Adelante, Diego Puerta, sonríele a los toros, pero ponte serio antes, como te has puesto hoy!”.
De
hecho, Puerta salió lanzado de Pamplona, aunque luego la temporada
resultara aciaga. Primero con la cornada de La Coruña, no mucho después
la de Cádiz y a las pocas semanas con el cornalón tremendo del 16 de
agosto en Bilbao, que le obligó a dar por terminada la temporada. Los
frutos de aquel primer triunfo los recogería a partir de 1960, la
temporada del gran triunfo con el miura de Sevilla, que lo encumbró
definitivamente; pero en la que curiosamente no se ajustó con la MECA
para torear en los sanfermines pese a las cinco orejas del año anterior.
Pese a tal ausencia, en esas fechas se va consolidando una carrera sólida, que permitió al maestro Cañabate escribir: “Puerta
es de los poquísimos toreros actuales que tienen acusada y notoria
personalidad. Sus pases no se parecen a los de otros toreros. Sus pases
son de torero que sabe torear no a su estilo, como se dice de tantos que
carecen de personalidad o ésta es falsa, sino con estilo, con el estilo
de un valor al que ha conseguido dotar de arte”.
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