Los toros y la espada amargan una tarde cuesta arriba: sólo dos orejas
Derechazo de El Juli al quinto toro de su encerrona en Zaragoza, de la que salió por su propio pie EFE
Afrontaba El Juli el cierre de la temporada de su vigésimo aniversario en Zaragoza, el gesto en solitario ante seis toros de diferentes hierros, con toda la tensión de la responsabilidad concentrada en el rictus cortante de su rostro afilado. Cuando apareció en el ruedo, decorado como si unos niños hubieran jugado con tizas de colores para dibujar un pastiche de preescolar, la plaza rebosante de expectación prorrumpió en una ovación. Y, cuando alcanzó el burladero, la intensidad del tributo lo obligó a saludar. Con el bicornio goyesco en mano, ataviado con un terno negro de pasamanería blanca -la corrida había sido concebida a la usanza del genio de Fuendetodos-, agradeció el ardiente recibimiento. "20 años de pasión", se leía en la cal sobre la arena. Lo que se traducía por 20 años en la cima.
La llamada encerrona -que hacía la número 14 de su carrera- no pudo empezar peor: el toro de Garcigrande se partió un pitón contra el burladero de capotes. Las verónicas de brazos caídos, a pies juntos, quedaron en el limbo. Como la media desmayada y la humillación del garcigrande. El Juli corrió turno. El ejemplar de Núñez del Cuvillo traía notables hechuras, la cara bien colocada y el poder contado. Apenas fue castigado en el caballo. El segundo puyazo ni se señaló. Toda la lidia a favor de obra. Como la inteligente faena. Que jugó con las distancias, las inercias y las alturas. De acompañamiento y tacto la suavidad. El cuvillo no terminaba de humillar en su nobleza. Hasta que Julián decidió atacar sobre su mano derecha no explotó la cosa. Y entonces lo reventó en dos rondas de redondos, hundido y acinturado. Un cambio de mano soberano andándole por delante fue la guinda. No tanto como la estocada. Cayó la primera oreja en justicia.
La variedad de resortes técnicos y la cabeza despejada y preclara de El Juli se hicieron imprescindibles para tirar del gesto a contracorriente del juego de los toros: no rompió de verdad ninguno para crear la faena cumbre. Al pupilo de Los Maños, en el tipo de su estirpe, altito, enjuto y armado con dos puñales sin longitud, no le sobraban las fuerzas. Tampoco le dieron en varas. Juli levantó los ánimos en el quite por faroles. Gazapeaba el cardenito mirón. Que, sin embargo, obedecía en su falsa dormidera. Sitio entre muletazo y muletazo de largo trazo y temple para empaparlo desde el embroque abierto. Digna faena de compromiso sin comprometerse. Como sucedió con la espada: pinchó sine die.
Prometía el zancudo y colorado reserva de El Pilar. Con su generoso cuello, su longitud y su armónica cara. Se empleó una vez en el caballo y en la siguiente le buscó las vueltas. El Juli provocó un clamor en el quite por lopecinas. Pero, cuando sonó la hora de la verdad, a la bondad descolgada del toro de los Fraile le faltaba empuje, el empleo último. El torero le puso expresión a las reuniones, la emoción que no habitaba en la embestida. Especialmente por el izquierdo. Remontó JL nuevamente a derechas para exprimir el celo apagado. El espadazo aseguró el trofeo.
Menos opciones, o ninguna, tuvo con un gordo, bastorro y acodado toro de Puerto de San Lorenzo. Que se agarró al piso como si no hubiera mañana. Una intervención por chicuelinas no pasó a la gloria. El toque fuerte en la muleta conquistó dos tandas diestras, arrancadas con sacacorchos. Y nunca más quiso el bruto. De una estocada, trasera como todas, lo pasaportó.
La espada que tanto le ha traicionado en su árido 2018 volvió a hacerlo cuando más lo necesitaba.
Cuando se presentía el triunfo con el otro representante de Garcigrande. Tan arrítmico. De mejores inicios que finales y con más ganas de irse que de entregarse. Lo que nunca hizo del todo con su expresión de chico travieso. El Juli había reinventado su alegría alicaída por tijerillas. Y en otro quite de frente por detrás rematado vistosamente con una escobina. El prólogo con las dos rodillas por tierra sembró esperanzas. La faena fue una lucha a remolque por dotar a la embestida de lo que carecía. Por meterla en el canasto. Y a fe que lo consiguió. El toro cortocircuitaba belicoso a izquierdas. Pero el poder de su derecha lo conquistó por la mano de mayores posibilidades. Después vino el acero a enterrarlo todo.
El último cartucho, de Parladé, se descaderó. Y otro sobrero de El Pilar vino a confirmar el mal bajío con su anclado ser. El esfuerzo fue en balde. El gesto hacía mucho que ya se había convertido en un atragantón. Toda la tarde a trancas y barrancas. Una gran ovación despidió a El Juli cuando marchaba a pie. Una sensación de amargura y derrota flotaba en el ambiente como un fantasma.
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