Las Ventas homenajea al torero de Salteras, que este viernes se despide de su plaza
El Cid, en Las Ventas, junto al cuadro de Miguel Caravaca al torero de Madrid - Ernesto Agudo
Rosario Pérez
«Que me pedonen los demás, pero como El Cid, ninguno». Palabra del inolvidable Victorino Martín Andrés, la gran figura ganadera de todos los tiempos. Aquellas palabras retumbaban de fondo en el homenaje que Madrid tributó a Manuel Jesús antes de su última tarde capitalina. En la memoria: su binomio especial con el toro de la A coronada y con todos los hierros que se han puesto en su camino, desde Alcurrucén a El Pilar.
Las Ventas rindió honores este 3 de octubre al último gran torero clásico un día antes de su despedida en Madrid, donde este viernes cumplirá su paseíllo número 61 y donde podría tener orejas que romperían las estadísticas de no ser por la cruz de su espada. Con tizona o sin ella, en su izquierda se hallaba el paraíso taurino del siglo XXI. Y al paraíso se refirió el empresario de la Monumental, Simón Casas: «En la imaginación colectiva es fácil imaginar el paraíso, con su flores, chicas y chicos guapos, música bonita, mucha cordialidad... Es fácil también imaginar el infierno, con su fuego, su violencia, el diablo... Pero es mucho más difícil imaginar el purgatorio, que es la plaza de Las Ventas, y los que se merecen triunfar en esta plaza, como El Cid, van directamente al paraíso». Las risas y las palmas rompieron al mismo tiempo. Al igual que las nostalgias...
Casas es el empresario que ha contratado por última vez en Madrid a El Cid, de quien destacó «su calidad humana y sus valores en una sociedad en constante búsqueda de los valores fundamentales en la Historia de la Humanidad, del respeto, de la humildad, de esa entrega de su vida por amor, de su inteligencia, de la belleza creada a través del arte». El mensaje de los toreros, como ejemplo para la juventud y la recuperación de los valores perdidos.
El Cid conoce bien sus raíces, las de su tierra y las de sus comienzos en el toreo. Y nunca las ha abandonado. De ellas ha parido el tronco que sustenta su tauromaquia, tan cabal y tan clásica, la del toreo eterno de la muleta adelantada, la muñeca como guía y el pecho por delante. La pureza.
Su actual apoderado, Manuel Martínez Erice, cantó las virtudes humanas y taurinas de su torero en las contrataciones en su época al frente de la Monumental: «Tuvimos la suerte de que su primera Puerta Grande fue con nosotros y la fortuna de coincidir en el tiempo». «Manuel es para comérselo», respondió el Manuel protagonista del acto.
El torero que nació una semana antes de la primavera del 74 se despide en su otoño más dorado, con faenas en las que ha reverdecido laureles de hace una década, con los muletazos más verdaderos del último septiembre. En Valladolid los plasmó. Otra vez sin espada, claro... «Cuando toreaba mis toros El Cid, sabía que muchas orejas no habría porque pinchaba siempre», dijo el ganadero Moisés Fraile.
A su divisa del Pilar ha estado muy unido el nombre cidista. En el recuerdo, «Portilloso»: «Con el capote yo no vi al toro por nigún lado. Y de repente, cuando veo que El Cid se pone con la mano izquierda, con un toro por el que nadie daba un duro, y se pone a embestir tan bravo... Fue muy bonito».
Antes, José Luis Lozano se refirió a los inicios de ese idilio de Madrid con El Cid ya de novillero, con nueve tardes. «Siempre se ha dicho que para ser figura hay que triunfar como mínimo en tres plazas: Sevilla, Madrid y Bilbao. Y en esas tres plazas ha triunfado. Aparte de ser empresario de Las Ventas en su irrupción, éramos partidarios suyos, le vimos nacer, se hizo en Madrid, y eso la gente en esta plaza no lo olvida nunca», aseguró el taurino de La Sagra. Lozano contó también una anécdota: «Me chocaba que un novillero con ese ambiente en Madrid no torease en Sevilla, hablé con Eduardo Canorea: "¿Qué pasa? Hay un torero de Sevilla que es la gran novedad en Madrid". "¿De Sevilla? Aquí no hay ninguno. ¿De dónde?" "De Salteras". "Ah, pues estaré pendiente...»
No faltó el recuerdo al toro «Guitarra» -«hice una de las grandes faenas que conservo en mi retina», afirmó El Cid-, ni otras tantas pinchadas. «Como ganaderos -prosiguió José Luis Lozano- tuvimos la suerte de que ligara muchos toros nuestros; de no ser por la espada estaríamos hablando de que se hubiese igualado a El Viti en Puertas Grandes». Y se refirió a las obras a «Fiscal» o al colorado «Barbudo»: «Solo con Alcurrucén podría sumar cinco o seis Puertas Grandes».
La primera de las dos que conquistó fue con la divisa de Victorino. ¿El secreto de su entendimiento con estos toros?, preguntó al ganadero de Las Tiesas el periodista Íñigo Crespo, moderador del homanaje. «El primero, que no le pesaba el hierro, se enfrentó a nuestros toros con total normalidad, sin prejuicios; el segundo, que nuestro toro no necesita grandes toques, lo que necesita es que lo esperes, lo temples y lo sepas llevar largo. Decirlo es fácil y hacerlo muy difícil. El Cid lo ha hecho a la perfección, yo no recuerdo faenas tan completas con la izquierda como las suyas».
«Sí, sí que me pesaba el hierro -intervino el matador-. Pero me pillaba en momentos buenos y con la hierba en la boca. Me acoplé a su embestida sin haber pisado ni la finca. Pregunté a toreros expertos y cada uno me decía una cosa. Al final, me volvía loco y me dije: vamos a resetear, engacharlo adelante y llevarlo hasta atrás. El toro bravo quiere templanza y cariño, que no lo maltrates y te pongas en el sitio».
Tras hora y pico (fue el único pico que se vio), era el momento de que El Cid se quedara a solas con Madrid, con su Madrid, cuya afición llenó la sala Bienvenida en mañana laborable. «En el vídeo se ve la evolución de mi toreo, desde mi primera faena a "Guitarrero" -de Hernández Pla- a la última a "Verbenero" -de Victoriano del Río-. Cada vez que vengo a esta plaza siento el cariño. Madrid fue la plaza que me acogió de novillero, luego me exigió cuando estaba arriba. Pero aun sabiendo que esas exigencias eran máximas, mis triunfos fueron suyos, mis pinchazos eran suyos... Soy zurdo y la espada ha sido mi gran talón de Aquiles, pero he trabajado mucho para coger mi forma. He vivido por y para el toro».
El Cid ha enseñoreado esa izquierda de Camino en la que se fijaba de niño, esas distancias de Chenel. Hubo una faena distinta a todas: la de Otoño de 2013. Una faena de honda torería por la que ganó el VI premio Taurino ABC.
Manuel Jesús Cid Salas pisará el ruedo de Las Ventas por última vez este viernes. El torero y gerente del Centro Taurino, Miguel Abellán, impulsor de este homenaje, pidió «respeto y la gran ovación que esta figura del toreo se merece». El homenajeado aseguró que viene a Madrid tranquilo dentro de las emociones lógicas, sabedor de lo que esta afición pide: «Madrid lo quiere pronto y en la mano, y no ponerse a marear la perdiz, esa actitud arrogante de "aquí estoy yo, a por todas"».
Sueños cumplidos
El Cid vive en paz con el mundo y consigo mismo. Ha conseguido todos sus sueños, peldaño a peldaño, con su suerte en los sorteos pero sin ninguna escalera de regalo. Pese a esa espada y a esa obsesión a la que Manolo Vázquez puso luz: «Encuentra tus formas y mata a la primera». «Cada vez que salía un toro, intentaba ver lo bueno; si te pones a mirar defectos, rara vez vas a estar bien», añadió. Y prosiguió: «A mí me vino el triunfo ya muy cuajado como hombre, como los toreros de antaño, con carreras a base de maduración. Ha habido raras excepciones de niños prodigio como El Juli, Palomo o Teruel, pero son espejos para otras cosas, son capacidades innatas. Los demás, los terrestres, logramos las cosas a base de entrenar y entrenar, de mucha afición y afición».Llega la hora de la retirada: «Yo todos los años cumplo años y el toro sigue teniendo la misma edad». Hasta que cuelgue el traje de luces su mentalidad seguirá siendo la de ganador y la de no decir nunca «no» a Las Ventas. «A Madrid le debo muchísimo, hay años de hasta cinco tardes. Nunca he dicho "no" a Madrid. Siempre la tendré en mi corazón, en lo bueno y en lo malo». El Cid se va feliz: «No todo el mundo puede decir que ha tenido un sueño y lo ha cumplido. Yo los he cumplido todos.
Cuando quería ser torero, quería torear con los novilleros punteros, y lo hice. Cuando me vine a vivir seis años en Madrid, quería tomar la alternativa aquí, y lo hice el Domingo de Resurrección del año 2000. Cuando era matador, quería verme anunciado en las grandes ferias, y lo conseguí. Cuando toreaba en las ferias, quería estar en los carteles de las figuras, y también lo logré. Todo a base de trabajo, constancia y afición».
Venticuatro horas antes de enfundarse el terno de luces en la capital, se refirió al momento de quitárselo. «Cuando te quitas el chispeante y notas el cariño, sientes que has sembrado humanidad. Te siguen queriendo igual, como en mi última tarde en Sevilla, con un cariño que no había visto nunca por nadie, ni siquiera en la despedida de un figurón como Espartaco». Las lágrimas asomaban a esa ventana que son los ojos. Los sueños están cumplidos, pero El Cid no deja de soñar. «Ojalá un toro de Fuente Ymbro me regale ocho o nueve embestidas y yo pueda pegar ocho o nueve naturales, para irme tan contento como estoy ahora mismo». El eco de la ovación aún resuena en esa catedral que lo espera con fe. El cidismo es ya religión.
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