viernes, 11 de octubre de 2019

Triunfa Ureña en la prometedora alternativa de Isiegas en Zaragoza



Ambos cortan un trofeo en una desigual corrida de Núñez del Cuvillo

Paco Ureña, en un largo derechazo al quinto toro
Paco Ureña, en un largo derechazo al quinto toro - Fabián Simón

Andrés Amorós 

Este coso monumental se fundó en 1764, en el reinado de Carlos III: es la segunda Plaza española más antigua (después de la de Sevilla). Se llama «de la Misericordia» porque ya Felipe V había concedido a la Real Casa de la Misericordia su permiso para celebrar corridas de toros. También recibe el nombre de su impulsor, el ilustrado aragonés Ramón de Pignatelli, reformista y patriota. (La corrida de toros moderna –la actual– no es fruto de la barbarie sino de la Ilustración, que codifica y regula las fiestas populares).

La víspera del día de la Virgen del Pilar, el cartel reúne a dos primeras figuras y la alternativa de un paisano. Las reses de Cuvillo dan juego desigual. Ureña muestra su gran momento y Jorge Isiegas pasa el trance con dignidad: los dos cortan un trofeo. El Juli se lleva el peor lote.

A sus 24 años, Jorge Isiegas, nieto de un novillero aragonés, llega a la alternativa con 45 novilladas toreadas; esta temporada, solo 5. Perdió hace poco a su mentor, Ignacio Zorita. Triunfó en San Jorge, en Zaragoza. Toma la alternativa con «Encendido», colorado, de 540 kilos, al que alivian el castigo, muy manejable, algo soso. El toricantano dibuja verónicas. (Jesús Arruga pone un gran par). Brinda a sus padres. Logra derechazos suaves, en una faena muy correcta, solo deslucida por dos desarmes. Al final, un pase de pecho a cámara lenta desata el entusiasmo. Entra a matar conforme a la regla clásica, en corto y por derecho, logra una gran estocada: justa oreja. El último, «Pocarropa» (felizmente, ya no hay censura), da poco juego en los primeros tercios, vuelve al revés. Le da la lidia adecuada pero el toro huye a tablas. Mata con decisión pero caído. Deja buena imagen.

El Juli ha dado la cara en casi todas las grandes Ferias de la temporada. Garantiza oficio y entrega; posee un estilo personal, del que no se esperan sorpresas; su espada le ha privado de muchos trofeos.

El grandón segundo, con 644 kilos (cien más que el quinto), derriba, se mueve mucho. (Como suele, Ureña quita por ceñidas gaoneras, antes de que el toro esté fijado, algo muy arriesgado: recibe un pitonazo en la rodilla). Julián no le duda pero el toro, noble, se ahoga, queda corto. Mata mal, a la segunda, con salto y yéndose de la suerte. El cuarto protesta, no se entrega, flaquea, no permite lucimiento. El Juli vuelve a matar a la segunda, con un feo salto. Ha tenido el peor lote pero debería corregir la forma de entrar a matar.

Resentido Manzanares de su lesión de espalda, la sustitución es acertada: Paco Ureña, el gran triunfador de la temporada, que había dado por concluida, añade un nuevo festejo, después de haber roto con Simón Casas. Al tercero, que embiste desordenado, lo sujeta con un buen puyazo Pedro Iturralde. Como el toro se mueve sin parar y el diestro se queda muy quieto, el trasteo, desde el rotundo comienzo, no es perfecto pero tiene emoción, con mucha verdad. Mata con decisión, desprendido: oreja. El quinto, bien picado por Juan Francisco Peña, flaquea pero repite. Brinda Ureña al doctor Val Carreres, diciéndole: «Usted es un ángel». Muletea a media altura, consintiéndole, hasta lograr naturales de mano baja, en una faena que va a más: ha metido en el canasto al toro y a la afición. Se vuelca al matar pero falla con el descabello: suenan dos avisos, pierde el seguro trofeo pero cierra brillantemente su gran temporada. Su entrega y la verdad de su toreo llegan a todos los públicos.

Postdata. La ignorancia y el sectarismo han pretendido últimamente convertir en antitaurino nada menos que a Goya, que firmaba sus cartas «don Francisco, el de los toros». En una carta, escribe Moratín: «Goya dice que él ha toreado, en su tiempo». Para animar a su amigo Zapater, le propone que se venga a Madrid para ver, con él, «cuatro fiestas de toros y comedias y te ríes de todo». En Burdeos, viejo y melancólico, vuelve a pintar escenas taurinas porque esta Fiesta representa su conexión sentimental con la España profunda, más allá de Fernando VII (igual que le sucedió a Picasso, con Franco). Los datos están ahí: basta con leerlos.

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