Posada de Maravillas
(de la familia del inolvidable amigo Juan Posada) torea con sabor
añejo. El pasado San Fermín, un grave corte en la mano interrumpió su
carrera. El primero se queda cortísimo, no da opciones. En el buen
cuarto, sufre una fuerte voltereta, que lo deja «groggy». Sin
chaquetilla, cita con el «cartucho de pescao» y traza preciosos
muletazos, a cámara lenta, con auténtica clase. Un espadazo del que sale
por los suelos pone en su mano el trofeo y pasa a la enfermería con
contusiones.
El rubio francés Clemente
maneja los engaños con finura y gusto. El segundo mansea mucho, se
defiende. El diestro está valiente pero sin fruto. Quizá en la querencia
del manso hubiera podido... El quinto es muy pegajoso, se queda debajo.
Clemente lo intenta con decisión (ha entrado en todos los quites) pero
no logra imponer su dominio y mata con el codo retrasado.
El peruano Roca Rey,
recibido con aplausos, triunfó y fue herido, en su presentación. Sin
cortar orejas, da una gran tarde: firme, seguro, valiente, con
capacidad. Muestra cabeza en el tercero, que se apaga, y está
valentísimo en el último, brusco. Cita con los pies en la montera, manda
mucho en los derechazos: una faena de mérito, rematada con la espada a
cambio de un pitonazo que le arranca el corbatín y otro, en el cuello.
Es fácil jugar con los nombres:
Posada nos deleita con las maravillas de su apodo; Roca es tan firme
como su apellido. En distinta línea, son dos auténticas promesas.
Postdata. En
tarde de novilleros, recuerdo al genio Orson Welles, que quizá lo fue.
En Bayona, con Luis Miguel, me dijo que él había toreado novilladas, por
Sevilla, con el nombre «El Americano», y me enseñó una cicatriz, en el
brazo: según él, una cornada. ¿Sería verdad o una de sus ingeniosísimas
mentiras? Las dos cosas son perfectamente posibles. En todo caso, sintió
pasión por la Tauromaquia.
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