Los capitales internacionales abandonan los mercados emergentes, por lo que las naciones más desfavorecidas reciben una gran parte del impacto económico causado por la pandemia.
Credit...Ulet Ifansasti para The New York Time
The New York Time
En Manila, un
cantinero que trabaja en una empresa internacional de cruceros está
anclado en casa, y se pregunta si sus ahorros alcanzarán hasta que el
buque pueda regresar al mar. En Johannesburgo, una madre que se gana la
vida trenzando el cabello de sus clientes regresa a casa con las manos
vacías.
También en Buenos Aires, un
conductor de taxi recorre las calles desiertas en busca de pasajeros,
temeroso de contraer el coronavirus, pero todavía más aterrado de perder
su taxi si no puede hacer los pagos respectivos.
“No sé qué voy a hacer”, dijo. “Esta situación está totalmente fuera de mis manos”.
Ahora
que la pandemia de coronavirus ha puesto a la economía global en un
sorprendente estado de suspenso, los países más vulnerables del mundo
sufren daños cada vez más intensos. Las empresas, a falta de ventas,
tienen que despedir a sus empleados. Los hogares que no cuentan con
ingresos suficientes gastan a cuentagotas en alimentos. Los
inversionistas internacionales abandonan los llamados mercados
emergentes a un ritmo no visto desde la crisis financiera de 2008, con
lo que provocan una disminución en el valor de las monedas y obligan a
las personas a pagar más por bienes importados como alimentos y
combustible.
“Será
igual de malo, o quizá incluso peor, que la crisis financiera global
para los mercados emergentes”, dijo Per Hammarlund, estratega principal
para mercados emergentes del Grupo SEB, un banco de inversiones globales
con sede en Estocolmo. “El panorama es sombrío”.
También es una amenaza para el porvenir global. Los mercados emergentes representan el 60 por ciento
de la economía mundial en términos de poder adquisitivo, según el Fondo
Monetario Internacional (FMI). Una desaceleración en los países en
desarrollo se traduce en una desaceleración del planeta.
Desde
el sur de Asia hasta África y América Latina, la pandemia confronta a
los países en desarrollo con una emergencia de salud pública combinada
con una crisis económica, y cada una agrava los efectos de la otra. Las
mismas fuerzas actúan también en las naciones ricas. Sin embargo, en los
países pobres, donde miles de millones de personas viven al borde de la
calamidad incluso en épocas de bonanza, los peligros se amplifican.
Esto
ocurre justo en un momento en que muchos gobiernos tienen una deuda que
limita su capacidad de ayudar a los más necesitados. Desde 2007, la
deuda total pública y privada en los mercados emergentes se ha
multiplicado de alrededor del 70 por ciento de la producción económica
anual al 165 por ciento, según Oxford Economics.
La
pandemia ha disparado una marcada salida de inversiones internacionales
de los mercados emergentes, en busca de la seguridad de los bonos del
gobierno de Estados Unidos.
Apenas el
año pasado, un grupo de más de veinte mercados emergentes, como China,
India, Sudáfrica y Brasil, recibieron flujos de inversión de 79.000
millones de dólares, según el Instituto de Finanzas Internacionales.
Durante los dos últimos meses, una inversión neta de 70.000 millones de
dólares salió de esos países.
Ese
cambio ha reavivado el temor de que algunos países se deslicen hacia la
insolvencia y no puedan cumplir sus obligaciones de pago, en especial
Argentina, Turquía y Sudáfrica.
“La
velocidad es sorprendente”, señaló Sergi Lanao, economista jefe adjunto
del Instituto de Finanzas Internacionales. “Quienes ya eran vulnerables
antes, definitivamente enfrentan una situación de lo más complicada”.
La mayoría de los economistas dan por hecho que ya nos encontramos en una recesión mundial,
una recesión sincronizada que castiga a los países de manera
indiscriminada y transforma las fortalezas económicas tradicionales en
vulnerabilidades alarmantes.
En mecas
turísticas como Tailandia, Indonesia, Turquía y Sudáfrica, la imposición
efectiva de una cuarentena mundial bien podría provocar el desempleo
masivo en industrias como la hotelera, la restaurantera y la turística.
La
interrupción de la industria en todo el planeta ha disminuido de manera
drástica la demanda de materias primas, lo que ha golpeado a los
productores de cobre como Chile, Perú, la República Democrática del
Congo y Zambia, además de a los productores de zinc como Brasil e India.
Los exportadores de petróleo son especialmente susceptibles a la
recesión ahora que los precios permanecen bajos, situación que genera
presión en Colombia, Argelia, Mozambique, Irak, Nigeria y México.
México
ya se encontraba en una recesión, y muchos de sus empleos dependen de
la producción de bienes para Estados Unidos, que ahora ha aplicado un
verdadero cierre de emergencia.
En las
naciones ricas se han ordenado cuarentenas, mientras que los gobiernos y
los bancos centrales han liberado billones de dólares en gasto y
crédito para limitar el daño económico. Pero no ocurre lo mismo en los
países pobres, donde las familias de los barrios pobres viven hacinadas,
por lo que sería imposible aplicar una cuarentena. Quienes sobreviven
gracias a la chatarra de metal que encuentran en los basureros podrían
morir de hambre si se quedan en casa.
“Algunos
de estos países realizarán desagradables experimentos en la vida real,
sin intentar detener las consecuencias, porque ni siquiera creo que
puedan controlarlo”, comentó Gabriel Sterne, director de investigación
macroeconómica de mercados emergentes en Oxford Economics. “En un gueto
de Soweto [en la capital de Sudáfrica], ¿cómo puedes aislarte? Las
consecuencias sociales de la muerte entre los más débiles y los ancianos
sencillamente serán monstruosas”.
India,
un país de 1300 millones de personas, parece muy expuesto, con todo y
que el número oficial de casos de coronavirus parece reducido. El
martes, el primer ministro de India, Narendra Modi, declaró un paro nacional con el propósito de evitar la diseminación del virus.
Una
tarde reciente, en una calle que conduce a la principal estación de
ferrocarril de Nueva Delhi, las personas que vendían en las banquetas
enfrentaron un cambio peligroso: las calles estaban vacías.
Mahender,
de 60 años, que se dedica a bolear zapatos, dormía al lado de la calle,
con la cabeza apoyada en la bolsa de tela en la que guarda los
aditamentos que necesita para su trabajo. Antes del coronavirus, ganaba
unas 400 rupias (alrededor de cinco dólares) al día. Ahora gana 100
rupias.
Shagun, una madre de cinco
hijos de 45 años, se sentó en la acera a preparar las porciones de
plátanos, sandías y papayas que vende a los conductores de caletas. Sus
ventas se han reducido a la mitad, por lo que a su familia solo les da
arroz y las lentejas más baratas de comer y agrega agua a la leche de
sus hijos.
“Mi
esposo no tiene trabajo”, dijo. “No tengo ahorros. Esperemos en Dios
que no nos obliguen a dejar de salir, porque entonces sobreviviremos con
solo una comida por día”.
Incluso antes del brote, India sufría una desaceleración económica. El gobierno de Modi no ha generado los empleos prometidos y ha habido acusaciones de que maquilló los libros oficiales para ocultar las dimensiones reales del desempleo.
Para responder a la economía decepcionante, Modi ha avivado el nacionalismo hindú. La policía se ha aliado
con las mafias hindúes en conflictos sangrientos con la minoría
musulmana. Ninguno de estos problemas se aligerará en medio de una
catástrofe de salud pública combinada con un desempleo masivo.
“Habría
que tener una fe ciega para decir que India no atraviesa una recesión
masiva”, opinó Swati Dhingra, economista de la Escuela de Economía de
Londres. “Ahora, aparece otra fuerza importante, una que golpeará de
manera asimétrica a los pobres. Podría tener consecuencias realmente
terribles”.
Argentina se encontraba en
peligro antes de la pandemia. Su moneda, el peso, perdió más de dos
tercios de su valor en 2018 y 2019, y la inflación se disparó por encima
del 50 por ciento. Su economía se contrajo el dos por ciento el año pasado. La deuda del gobierno llegó a cerca del 90 por ciento de la producción anual, una señal alarmante de peligro.
Credit...Ronaldo Schemidt/Agence France-Presse — Getty Images
El
nuevo gobierno argentino, encabezado por el presidente Alberto
Fernández, enfrenta un problema aritmético casi imposible: ¿será posible
eliminar los recortes impopulares a programas como becas en efectivo
para los hogares pobres sin ahuyentar a los inversionistas
internacionales y acelerar el éxodo de dinero? ¿Cómo podría el gobierno
aumentar el gasto y pagar los 57.000 millones de dólares que recibió en
préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI)?
La semana pasada, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, dio muestras de flexibilidad. En una declaración
sobra Argentina, advirtió que, en el contexto de la pandemia, “será
necesario un alivio substancial de los acreedores privados”.
Sin
embargo, el peligro aumentaba. La moneda bajó otro seis por ciento con
respecto al dólar este año. Al parecer, la pobreza se agravará, por lo
que serán necesarios recursos públicos.
“Es
difícil pensar que Argentina pueda obtener financiamiento de alguna
parte”, comentó María Castiglioni Cotter, directora de la consultora
C&T Asesores Económicos, en Buenos Aires. No obstante, “el gobierno
debe aumentar el gasto público”, añadió, o corre el “riesgo de un
colapso total”.
Para Alejandro Aníbal Alonso, un taxista de 53 años y padre de dos hijos, los riesgos son cada vez mayores.
Hace
dos años, pidió un préstamo para comprar un taxi. Los términos
cambiaron con la inflación. A medida que Argentina profundizó su crisis,
sus pagos mensuales se dispararon de 7800 pesos al mes a 25.000.
Mantenerse
al día con esa deuda ya era un desafío abrumador. La pandemia lo ha
hecho imposible. No hizo su pago de febrero. Y no tiene el dinero para
el de marzo.
La semana pasada, el
acreedor de Alonso le envió un correo electrónico amenazante: “Los pagos
no se detienen debido al coronavirus”, se lee.
Superó
sus miedos al virus y aceptó un trabajo para ir al aeropuerto y recoger
a un visitante que llegaba de los Países Bajos. “Ahora no puedo decir
que no a un viaje”, dijo.
En Turquía,
las empresas están saturadas de deuda, gran parte en moneda extranjera.
Las deudas se deben a que el presidente Recep Tayyip Erdogan ha buscado
crecer a toda costa. Encarceló a sus enemigos e incautó sus bienes al tiempo que protegió a quienes han obtenido préstamos para financiar proyectos que dejan ver su grandeza, como un nuevo aeropuerto en Estambul.
En
años recientes, los inversionistas han sacado su dinero, por lo que la
lira turca se ha desplomado y varias empresas están al borde de la
quiebra. La pandemia bien podría atizar de nuevo esa crisis. La moneda
turca ha bajado un diez por ciento desde enero. El turismo, que
representa alrededor de una décima parte de la economía turca, ha
quedado diezmado.
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